El logro de la plenitud y participación de la mujer no puede disociarse de lo femenino; los hijos ‘nacidos de mujer’ son un objetivo reflejo de la participación a la que ella está llamada.

Por Mariela García Rojas. 08 marzo, 2017.

Mujer, mujer

No viene nada mal, en estos mares embravecidos en los que navega el matrimonio y la familia, una corta reflexión acerca de la dignidad, la responsabilidad y la vocación de la mujer.

Su creciente influencia no debe mirarse como fuente de reivindicación y, por tanto, de una búsqueda y discusión acerca de su identidad de manera aislada y solitaria en la que no participa el varón. No se puede ignorar que es en la familia donde se permite a la mujer un pleno ejercicio de todas sus virtualidades. Los lastres del feminismo han dejado sobrado aprendizaje que nos lleva a revalorizar y elogiar más la diferencia y la complementariedad con el varón que la igualdad radical. En el lenguaje de lo que se ha venido a denominar el Neofeminismo (para alejarlo de la radicalidad y errores de las corrientes precedentes) la maternidad y la familia vuelven a cobrar sentido.

La vocación de la mujer nos viene a recordar el vínculo excepcional entre ella y la maternidad en la familia. La película “El Campeón” da sobrada cuenta de cómo, en ausencia de la esposa-madre, el padre y el hijo quedan sin norte, perdidos, desolados y reducidos en su potencialidad de estar en el mundo. Dejarnos la vida en contribuir al desarrollo social con hijos bien formados es una tarea de gran envergadura y lo más alturado que el ser humano puede donar a la naturaleza. El nacimiento de un hijo es el hecho por excelencia que cambia y redefine el curso de la historia de la humanidad entera.

El logro de la plenitud y participación de la mujer no puede disociarse de lo femenino; los hijos ‘nacidos de mujer’ son un objetivo reflejo de la participación a la que ella está llamada, de sus aspiraciones y de la anchura de sus amores. Ella ha recibido como don su capacidad para trascender y servir –en la fuerza toda de este vocablo– al cónyuge, al hijo, a otros.

No escapa de estas consideraciones la relación entre las realidades mujer y trabajo. Su participación en la empresa se traduce en una mayor posibilidad para que ella la dote de más humanismo. También aquí, en un quehacer distinto del conyugal que se vive en el matrimonio, ella encuentra una oportunidad de ayuda al varón.

En La palabra de la mujer, su autor, Pedro Juan Viladrich, refiere cómo “con frecuencia el varón parece olvidar que su primera identidad humana es la filiación y que ésta es una radical experiencia personal y biográfica con aquella forma del don femenino”.

La solución al conflicto entre maternidad y realización profesional pasa por una reorientación de la senda del hombre y la mujer de hoy, y por una toma de conciencia de la empresa –y de las diversas estructuras sociales– para promover y facilitar su participación en ella.

Solamente por el cauce de la masculinidad y de la feminidad, de la paternidad y de la maternidad, de la filiación y de la fraternidad, del sentido de la participación del hombre en las diversas estructura sociales, hallaremos respuestas coherentes y válidas a los distintos cuestionamientos vigentes en materia de amor y de sexualidad que, tan ampliamente promocionados, distorsionan la cultura y la humanización del hombre.

Esperanzadoramente, diremos que nos complace encontrar serios esfuerzos por explorar con profundo rigor el encuentro al que están llamados esos dos modos de ser y de estar en el mundo.

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